De mercados y calacas

por Adriana Berumen

Es treinta y uno de octubre de 2006 en Monterrey, Nuevo León. El camino en camión se torna un poco más difícil con la subida de los últimos pasajeros. El espacio que antes ocupaba una sola persona, es ahora habitado por tres y el contacto con extraños resulta inevitable. Tras continuos saltos, que quienes van parados resienten más, el autobús se detiene por fin frente al lugar de destino de muchos de los pasajeros: El Mercado Juárez, que como su nombre lo indica, se ubica en la calle Juárez, una de las más transitadas del centro.
De pie en la acera del mercado, si se voltea hacia arriba y se echa la cabeza hasta atrás, se puede ver por completo los dos pisos que componen el edificio, y que dejan luego vislumbrar el cielo gris de octubre.
Al entrar se puede percibir fácilmente el impregnante olor a especies, hierbas y flores. Se percibe sobre todo el ambiente fúnebre de la mezcla entre el día de muertos y Halloween, conjunción extraña de nuestra cultura con la extranjera del norte. Pan de muerto, calaveras de azúcar, coronas de flores, trajes típicos mexicanos y adornos de papel de china, contrastan fuertemente con piñatas de fantasmas, máscaras de monstruos, disfraces para niños y un hombre pidiendo dulces para sus hijos.
Las bolsas largas, rellenas de diversos tipos de especies y legumbres, parecen paredes de un castillo que resguardan dentro a su dueño, príncipe con mantel que busca lograr una venta. En contra esquina, un puesto de lotería muestra sus tentadores productos informando el nombre de los ya afortunados ganadores, en la lista de múltiples hojas que cuelga de la pared.
Es fácil darse cuenta quiénes pertenecen a la gran familia del mercado. Hablan entre ellos, se gritan de un puesto al otro y caminan con confianza por todo el edificio. Los niños corren por los pasillos como aquéllos que acostumbran ir a jugar a un parque, sus madres mientras, les llaman con advertencias como “te va a asustar la calavera allá”.
Caminando más adelante, la zona de la comida atrae. Un puesto de mariscos se encuentra justo frente a otro igual. Ambos venden, además de productos del mar, papas asadas y tacos de bistec. Los olores costeros y terrestres se combinan dejando al aire una única fragancia casi irreconocible. Los clientes comen en platos de barro que contrastan con las sillas azules, mismas que hacen promoción a una importante marca de refresco.
En el segundo piso del mercado se encuentra algo inusual: un gran espacio con cuatro altares de muertos, que poco corresponden en tamaño, al lugar en donde están siendo expuestos. Uno de ellos hace honor a Benito Juárez , héroe nacional y patrón del mercado. Lo acompañan cuatro pequeñas tumbas, calaveras hechas con papel de china, un rosario y un arco enorme de flores de papel. A casi noventa grados, otro altar muestran flores de cempazuchitl ya casi secas. Sobre una silla y de tamaño real, luce un extraño muñeco sin cabeza que viste pantalón de mezclilla, tenis converse y camisa de un uniforme de intendencia. Su ropa está sucia y sus piernas dobladas de manera muy notable. La abuela Cuca es la tercera en ser honrada por los empleados del mercado. Una foto muestra a la viejecilla abrazada de quien parece ser su nieta. María Felix, Pancho Villa y Martín Valverde (el santo de los narcos), son también parte de este recuerdo tradicional.
Bajando las escaleras, al llegar al medio piso, resulta inevitable no notar el gran altar a la Virgen de Guadalupe, que los trabajadores del mercado han hecho para la morenita consentida de México. Dos figuras de su imagen son las que vigilan desde lo alto, una muy grande y otra de tamaño medio. Las telas de color verde y amarillo que cuelgan del techo, contrastan con la piel de quien es honrada. A su espalda resalta la bandera de México hecha con brillantina, y las flores artificiales que adornan el lugar abundan por todas partes.
El maullido de un gatito llama la atención al llegar a la planta baja. Es muy pequeño y de color negro. Cualquiera podría pensar que su aparición concuerda curiosamente con la noche de brujas que muchos niños esperan para pedir dulces, sin embargo, al ver a la gente tratar de atraer al felino, un vendedor se dirige a ellos diciendo “es de la casa”.
De pronto, el olor avisa que se ha llegado a la sección de carnicerías. Impresionan los cuerpos de las reces colgando de tubos a la vista de todos y los vendedores que cual personajes de caricatura, portan su delantal blanco manchado de sangre y un curioso gorro del mismo color sobre la cabeza.
Se percibe también una amplia variación de llamadas de atención, dirigidas a quienes son personas desconocidas en el mercado y por ende, posibles compradores. Desde un “pásele, ¿qué anda buscando?”, hasta el tan conocido “¿qué le damos güerita?”, ayudan favorablemente al ambiente folclórico del mercado.
Figurillas de diferentes santos y vírgenes comparten espacio no sólo con las del Papa Juan pablo II, sino también con las de la Santa Muerte, que abundan en muchos de los locales. Los puestos que además de medicinas naturistas venden hierbas, jabones y de más productos de hechicería, llenan los pasillos de creyentes que cual Basílica de Guadalupe, recurren a los expertos en búsqueda de una solución a sus problemas.
Vendedoras de flores cantan con naturalidad al realizar su tarea diaria, la creación de arreglos. Al lado se encuentra el puesto que parece ser el de mayor atracción para los adolescentes. Los juegos de video, o más comúnmente llamados “maquinitas”, atraen a chicos de distintas edades que con mochila al hombro, juegan con una concentración inquebrantable.
Casi junto a las puertas que dan al exterior, se encuentra un puesto de revistas viejas y atraen la atención varios tomos de una enciclopedia titulada Labor de la mujer. En su interior se encuentran diversos consejos de “la mejor manera” en que las amas de casa pueden alimentar a sus hijos y maridos, ahorrar el dinero, organizar fiestas y buscar diversiones para la familia. Frente a dicha publicación se exponen cómic para adultos que además del libro más leído en México, La Revista Vaquera, llevan títulos como: Confieso, Tentaciones, Nomás la puntita, Secretos del corazón, El libro policiaco, Suculentas tentaciones, Pistoleros, Xplosiva, Sábanas, Acá los maestros, y Las mujeres y sus cosas.
Faltan quince minutos para las siete de la tarde y los trabajadores comienzan a cerrar sus puestos. Olores a alcantarilla se despiden desde los puestos de comida que han levantado ya su productos. Poco a poco cortinillas de lámina cubren los establecimientos de hierbas, flores, frutas y legumbres, comida, carne, ropa y calzado, y muebles de línea blanca. Las alfarerías, jarcierías, misceláneas y hojalaterías se esconden tras el candado que finalmente anuncia el fin del día laboral.
El edificio blanco de columnas rojas y rincones llenos de cajas, deja ir poco a poco a sus habitantes quedándose solo y aún así sin silencio, pues los ruidos de todo el día rebotan continuamente en sus paredes planas. El paseo por los pasillos que antes llenaban de folclor el ambiente, se torna ahora un tanto escalofriante. Vacío y con sus ventanas al exterior cerradas, el Mercada Juárez espera el día de mañana a sus habitantes, para al punto de las ocho horas, llenarse de vida otra vez.

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